Natural de Córdoba, fue hijo del pintor Agustín del Castillo, de quien apenas nada se conoce pero al que Palomino llama «pintor excelente» y de ilustre familia,2 y de Ana de Guerra. Formado inicialmente en el taller paterno, quedó huérfano a los quince años; siendo el mayor de cuatro hermanos, el 24 de noviembre de 1631 se presentó ante un magistrado en Córdoba pidiendo un tutor debido a su minoría de edad. Colocado con el pintor de imaginería Ignacio Aedo Calderón, el contrato conforme a los términos acostumbrados establecía que Aedo se comprometía a enseñarle el oficio de pintor de manera que pudiese dedicar su vida a ello. Castillo le serviría en todo lo posible a cambio de recibir la formación y el cuidado del maestro además de ser alimentado, vestido, calzado y procurarle un lugar donde residir mientras su madre se encargaba de criar a sus hermanos menores. Según afirma Palomino, pasó luego a Sevilla a fin de completar sus estudios con el también cordobés José de Sarabia, «y lo consiguieron en la escuela del insigne Francisco de Zurbarán».2A la vuelta de Sevilla, el 28 de junio de 1635 contrajo matrimonio con su primera esposa, Catalina de la Nava. En 1638 se le menciona como pintor de imaginería en el primer documento que se refiere a él como maestro pintor: el contrato para la pintura de una imagen de San José esculpida por el cordobés Bernabé Gómez del Río para la iglesia parroquial de Montoro, por el que había de cobrar 21 ducados. En 1642 subcontrató con el pintor Diego de Borja un lienzo de San Pedro Nolasco recibiendo el hábito mercedario y cuatro pinturas pequeñas que representaban a san Pedro Armengol, san Serapio, santa María del Socorro y Santa Colaxia para el altar mayor del convento de Nuestra Señora de las Mercedes Extramuros, por un total de cincuenta ducados. Aun así, la mayor parte de sus ingresos en esta primera etapa provenían de las obras vendidas en la tienda que había sido de su padre. Cambió su local en dos ocasiones asentándose definitivamente el 31 de agosto de 1641 en el local situado en la calle de Libreros, continuación de la calle de la Feria, actualmente conocida como Diario Córdoba. El 28 de octubre de 1644 murió prematuramente Catalina de la Nava, Cinco años después del fallecimiento de Catalina de la Nava contrajo segundas nupcias con María Magdalena Valdés, hija del platero Simón Rodríguez de Valdés. Se iniciaba así una de las etapas más prosperas para el artista cordobés, en la que aumentaron los encargos importantes: Calvario de la Inquisición (actualmente en el Museo de Bellas Artes de Córdoba) destinado al salón principal del tribunal de la Inquisición (actualmente Salón de los mosaicos del Alcázar de los Reyes Cristianos); el encargo del mural de La Virgen, San Felipe y Santiago el Menor, para la catedral; las pinturas murales para la Puerta del Perdón de la catedral; la Coronación de la Virgen, para la iglesia del Hospital de Jesús Nazareno y el San Rafael para José de Valdecañas y Herrera quien lo donaría al consorcio.
Con motivo de la peste de los años 1649 y 1650, Castillo presentó un poema al certamen de poesía convocado por la ciudad en honor al arcángel San Rafael en demanda de protección contra la enfermedad. Las seis estrofas de Castillo, dedicadas a la primera aparición del arcángel al cordobés fray Simón de Sousa en 1278, le valieron un segundo premio y fueron recogidas en 1653 en el libro conmemorativo de Pedro Mexía de la Cerda, Relación de las fiestas eclesiásticas y seculares que la mui noble y siempre leal Ciudad de Córdoba ha hecho a su Ángel Custodio S. Rafael este año de M.DC.LI.(sic).
En 1652 falleció María Magdalena Valdés dejando a Castillo viudo por segunda vez, lo que le impidió acudir a la entrega del premio literario en la iglesia de San Pablo. El 30 de julio de 1654 firmó un contrato matrimonial con Francisca de Paula Lara y Almoguera. Los últimos años de su vida están algo peor documentados debido a la falta de documentación escrita y producción artística. Durante su última etapa se aloja en la calle Muñices, donde sería vecino de la que por aquel entonces era la élite cordobesa. En 1666, dice Palomino, viajó a Sevilla, a la que no había vuelto desde los años de estudio, y allí descubrió la pintura de Murillo y la belleza de sus colores, «que a él le faltaba, sobrándole tanto el dibujo», lo que le hizo exclamar: «¡Ya murió Castillo!».4
Algo de lo aprendido de Murillo se manifestaría en sus últimas obras, según Palomino, singularmente en un San Francisco de medio cuerpo que pintó para el mercader Lorenzo Mateo, que «excede en el buen gusto, y dulzura en la cabeza, y manos a todo lo que hizo en su vida Castillo, porque a la verdad le faltó una cierta gracia, y buen gusto en el colorido».5 Falleció el 2 de febrero de 1668, en la vivienda de la calle Muñices sin descendencia.
Bibliografía: Wikipedia , Antonio del Castillo y Saavedra
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